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Cronologia del Antiguo Peru (Parte XXXXV) – Pervivencias Prehispanicas en el Mundo Actual

Publicado: 2012-12-20

El lenguaje de uso común, aunque oficial y aparentemente es el Castellano como lengua general del país, se ha llenado de formas, expresiones, lexemas para casi todas las necesidades y actividades, que provienen de las lenguas nativas –y no sólo del Quechua, sino también del aimara y de algunos lenguajes amazónicos-: ñaña, guagua, lúcuma, chirimoya, paico, huayruro, poroto, palta, pallas, papa, chilco, huamanripa, alpaca, guanaco, chochoca, cocacho, huaca, oroya, ojota, chuco, chuto, chuncho, yunga, puna, pampa (bamba), soroche, calato, carpa, cochayuyo, pacae, jaguar, otorongo, cuy (cuye),  yacaré, shiringa, shushupe, etc., etc., y numerosos topónimos –que muchas veces indican una cierta característica que diferencia el lugar de cualesquier otro-, que se mantienen en todo el territorio, y que son claras muestras de la fuerte pervivencia de un pasado que se niega a morir, al igual que melodías y formas coreográficas que ejemplifican en el campo estético, esa amplia presencia del Perú de ayer en los actuales días y que se proyecta hacia el futuro en las numerosas formas en que se encuentran, en maneras de expresarse, de comunicarse, que pueden constituir lo que podríamos llamar el “quechuañol”, mezcla singular de palabras castellanas quechuizadas o de lexemas quechuas que se han ido adecuando al castellano: owija (oveja), ashnu (asno), waka (vaca), cahuallu (caballo), turu (toro), Mamacha (Mamacita), Mariacha (Maricita), Pablucha (Pablito), Shanti (por Santiago),  Sheshe (César o Cecilio), Ashunta (Asunción), etc.

La quena, el pincullo, la antara y sus variantes, siguen siendo imprescindibles instrumentos de expresión de delicadas melodías y permiten constatar precisamente, la pervivencia de estos antiguos rasgos, que persisten con gran fuerza, como ocurre también con las cajas resonadoras de variadas dimensiones y tonalidades, confeccionadas con varios materiales: caña, maderas, cueros, etc. Mientras que se usa para convocar a los comuneros, como en los antiguos tiempos, el sonido de las caracolas sopladas (pututos). Y el canto, con el uso de registros de agudos femeninos –sopranos de coloratura-, que es una característica que no pierde vigencia, en el mundo andino actual. En el campo de lo musical, se ha venido insistiendo en el uso de una pentafonía original, pero los estudios de Josafat Roel y de Policarpio Caballero entre otros, posibilitan entender que habían avanzado –los andinos de ayer- al uso también de un sistema heptatónico, empleándose variadas formas de aerófonos, idiófonos y además numerosos instrumentos de percusión que posibilitaban una notable gama de sonidos, estando eso sí, definitivamente ausentes los cordonófonos, que sabemos llegaron aquí recién con la presencia de los instrumentos traídos por los europeos, algunos de los cuales se han ido acomodando al ritmo y a la concepción estética musical de las gentes de estas tierras, como ha ocurrido con el charango –cuya caja de madera se reemplaza por lagenarias o por la caparazón del quirquincho (armadillo)-, con la guitarra, con el violín o con el arpa, y en los últimos tiempos también con el saxofón, especialmente en Junín, introducido con éxito para interpretar el Huaylars y el huayno mantarino.

Las creencias en torno a ciertos lugares sacralizados desde  antiguos tiempos, se siguen presentando –y con enorme influencia en la conducta de las comunidades-, hasta la fecha, y así tenemos variadas concepciones en torno a las lagunas de las Huaringas en Huancabamba, Piura; el Cerrito de la Virgen, La Libertad (en Guadalupe); la Curva del Diablo,  Motupe, Wakonpahuain, Cachuy, Muruhuay, Toro Cocha, Viconga y tantos otros puntos más, mientras que poderosas entidades precristianas siguen residiendo en las cumbres de las montañas, presidiendo el sistema acuífero sobre todo, y la vida de los animales silvestres, según creencias populares bastante extendidas. Lo que ocurre también con los modos de enfrentarse a los problemas vitales de la humanidad como el nacimiento, el matrimonio, la enfermedad, la muerte  que son encarados con formas intelectivas, socialmente estandarizadas, que proceden incluso de tiempos anteriores al Incario. Es evidente, de otro lado, que perviven las cuidadosas formas de relación social anteriores al Tahuantinsuyo. Trato grave y ceremonioso que evita -casi siempre-, el atender en forma directa los problemas a resolver, aún cuando exista relativa prisa en solucionar problemas surgidos en torno a un determinado tema, y es mediante circunloquios que finalmente se encara el asunto que es, en cambio, rápidamente resuelto, tratándose de la utilización de las aguas, el empleo de un padrillo para la reproducción del ganado, un préstamo de servicios o de bienes, pedida de la mano de una hija, la organización de una tarea comunal, o de una fiesta específica, de la elección de una autoridad, el pircado de las paredes del cementerio o la reparación de la torre de la iglesia, siempre se tendrá que iniciar la conversación con una previa disquisición sobre cualquier otro asunto, que nada tiene que ver con lo que interesa realmente tratar, se chacchará algo de coca, se tomará un trago o dos, y se harán mutuas alabanzas sobre las virtudes de los hijos, la calidad de las cosechas, una competencia deportiva, el clima u otro tema, antes de llegarse al fondo del asunto que se quiere resolver y por el cual se ha producido la reunión.

Tipo similar de trato respetuoso y ceremoniosa relación preliminar, lo encontramos incluso en la ejecución de danzas como la marinera, el tondero o del huayno, formas coreográficas cargadas de  significados que van mucho más allá de la simple concreción de la pieza musical y danzaria y que implican una especial manera de dirigirse de menor a mayor, de hombre a mujer, de mujer a hombre, de mujer a mujer,  a una autoridad o a alguien con mayor o distinto nivel social simplemente, de conformidad a cuadros mentales de referencia societaria tradicionales que no han sido adecuadamente analizados hasta ahora. Existen ciertos tabús en estas relaciones, que no pueden ser rotos con las fórmulas sociales modernas y urbanas, que proceden de normas tradicionales que vienen de tiempos muy antiguos, que se mantienen vigentes por su especial connotación socio-cultural y que conforman un sistema sumamente elaborado, que llega incluso a separar espacios especiales en celebraciones públicas, en procesiones, en el interior de la iglesia, en la mesa, en un banquete, en un sepelio y en otras circunstancias, a determinados personajes o familias incluso, a ocupar puntos específicos en las ceremonias, que no pueden ser utilizados por otras personas en modo alguno, como muchas veces hemos podido observar e incluso participar,  en varias localidades del área andina central de costa, sierra y selva.

Obra teatral tradicional de gran extensión en el tiempo y en el espacio –al menos desde la serranía de La Libertad hasta Bolivia-, que ha sido estudiada por Meneses, Schaedel, Husson, Lira, Iriarte, Ahón y Ravines, Wachtel, Millones y otros más, es el “Drama de la Captura y Muerte del Inca Atahuallpa”, que permite observar como las gentes actuales, sobre libretos que vienen desde el Virreinato, entienden las diferencias entre los varios grupos humanos que se enfrentaron en el siglo XVI a partir de Tumbes, Piura y Cajamarca, así como los sucesos que ocurrieron en este encuentro y choque a la vez, de la andinidad y las formas del Viejo Mundo,  obra en  la que intervienen  grupos de actores pueblerinos, representando tanto a los invasores como a los nativos que, incluso comienza aparentemente desde antes, con un trato amical entre los grupos incaicos –representados por las huestes de Huáscar y Atahuallpa-, para luego enfrentarse entre ellos, y se suceden a continuación los hechos histórica y documentalmente registrados de esa época, con la evidente ventaja del uso de caballería y armas de acero y de fuego por los invasores europeos que aparecen en escena, desconocidas previamente  por los nativos. Los textos (libretos) que hemos podido conocer aparecen en castellano antiguo y en variantes del Runa Simi (Quechua). El Ollantay, que fuera puesto por escrito  tiempo después de la Conquista, creemos que debió haber recibido retoques más o menos extensos por obra del recopilador, como ocurriría también con el Usca Páucar  y otros documentos más. Pero, lo cierto es que, con  modificaciones locales, encontramos esta obra –Drama de la Captura y Muerte de Atahuallpa- en muchas de las fiestas patronales del territorio andino central, con una notable vigencia, pese al deterioro del tiempo y a la influencia de otros medios de expresión, que de todo modos han quitado espacio a la forma teatral tradicional que mencionamos, especialmente por la masiva intervención de los medios de difusión  modernos (cine, radio, televisión, disco).

El tratamiento de las enfermedades continúa siendo un problema a resolver en el país y las creaciones modernas de hospitales, con la presencia de profesionales surgidos de los centros académicos, no llega a cubrir los requerimientos de una buena parte de la población, en crecimiento acelerado diríamos, habiendo además una cierta resistencia al internamiento de los enfermos en los centros hospitalarios, pues se considera que enfermo que ingresa a un nosocomio termina por salir fallecido, por lo  que se sigue recurriendo a parteras y jamiles, curanderos y curiosas, hueseros, hierberos y engualichadores para la solución de sus males reales o no, físicos o psíquicos. Y, lo más interesante de esta situación, es que muchos de estos “especialistas” han obtenido notable fama incluso entre los propios médicos –como ocurrió en el caso de Don Pablito o el de Eduardo Calderón Palomino “El Tuno”, en Trujillo, o con Don Santos Vera, en Lambayeque, que obtuvieron reconocida fama de herbolarios y curanderos en amplias áreas del territorio e incluso en medios académicos, como pudimos constatar personalmente-, y que se instalan también en las grandes ciudades, como lo comprueba Polia y podemos observar sin mayor esfuerzo, recurriendo a sistemas de mercadotecnia moderna a través de avisos periodísticos, volantes (mosquitos), avisos callejeros e incluso spots televisivos, con direcciones telefónicas y aún electrónicas, como se puede ver en varias calles y avenidas de Lima y otras ciudades. Estos “maestros” recurren sobre todo a milenarios conocimientos sobre las virtudes de ciertas plantas, aunque también suelen acudir a los productos farmacéuticos modernos, los que emplean para reforzar su tratamiento medicamentoso y todo ello en un imponente y antiguo ceremonial relacionado con las lagunas y los cerros, que viene de una lejanísima antigüedad, aunque con la  introducción de algunos elementos de la modernidad, del Cristianismo, que han podido ser adecuados a las viejas tradiciones, incluyendo crucifijos, espadas de acero, estampitas,  agua bendita e imágenes de varios santos. Los trabajos de Seguín, Cabieses, Polia, Chiappe, Herrera y otros científicos, han demostrado la continuidad de planteamientos médicos tradicionales que presentan resultados notables en variados aspectos curativos y que proceden de la mayor antigüedad en el mundo andino, destacándose incluso especialistas en algunas ramas de la medicina que, de común, suele incorporar rasgos de magia homeopática o simpatética para producir actos curativos de varias enfermedades, que en la medicina académica encuentran serias dificultades de solución, especialmente en el tratamiento de males de orden “cultural” o psicológico, con referencia a adicciones o fallas de carácter adaptativo, pero también en algunos males orgánicos que logran ser curados con  los tratamientos dictados por estos especialistas tradicionales de la salud.

El uso de medicamentos naturales, tradicionalmente recomendados, principalmente de productos vegetales, muestra una notable continuidad en el tiempo y éxito, y los comerciantes de productos curativos –sobre todo hierbas- y “curanderos” especialistas siguen recorriendo los caminos desde el Alto Perú al Ecuador, o con puestos estables en los mercados de las varias ciudades, incluyéndose su presencia algunas veces en danzas regionales como ocurre con los jamiles que se incorporan a la Tunantada en Junín. Hay lugares especiales de donde se deben recoger las hierbas medicinales, como ocurre con el Cerro “La Botica” en Cachicadán (La Libertad), y se sigue usando las fuentes medicinales y termales para seguras curaciones de numerosas dolencias, especialmente del cabello, la piel y las articulaciones, con el agua o el barro del fondo de esos manantiales de evidente origen volcánico, que incluso se vienen usando en la cosmetología moderna como ocurre en Cachicadán mismo, Churín y Chiuchín (Valle de Huaura, al norte de Lima), Cónoc en Cajamarca (Baños), Monterrey, en Huaraz (Áncash), Chilca (al sur de Lima) y Huacachina, Victoria, la Huega, Saraja y otras (Ica), Yura, en Arequipa, que no son sino unos pocos ejemplos de esta prolongada creencia en las bondades medicamentales y mágicas de estos centros acuíferos, que parcialmente conservan una sacralidad dada desde una remota antigüedad.

La relación de las comunidades con el espacio que las rodea, es decir la flora y la fauna, pero también las características geológicas que se las enmarcan, los ecosistemas todos, están cargadas de significados que forman parte del diario vivir de las gentes. Así se deberá tener en cuenta que el viento sopla desde determinado punto del valle y no desde otro, lo que significará condiciones naturales distintas, referidas a la presencia o ausencia de lluvias, la necesaria realización de rituales para contener efectos negativos de una excesiva insolación o pluviosidad, la oportunidad de trasquilar a los animales lanares o el resguardarse contra fenómenos manejados por personajes situados en esferas no humanas pero en relación con ellas: jircas, huamanis, illas, conopas, etc. Y aún del momento en que se deberán cortar las cañas, recoger las cosechas, recortar las uñas, etc., según conocimientos ancestrales transmitidos de generación en  generación


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Tacaynamo

Arqueologia, Antropologia y Cultura. By Francisco Iriarte Brenner (@firiarteb)