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Puruchuco: Arquitectura de alto nivel

Publicado: 2013-02-19

El monumento que nos preocupa se encuentra en el Distrito de Ate al este de Lima, levantado al borde de una antigua acequia que regaba las tierras de las exHacienda Vista Alegre y que se enlazaba con el llamado “Río Surco” que, en última instancia no era sino un gran ducto conductor de aguas que recorría los flancos de la formación rocosa a la que se conoce como Cerro Mayorazgo, en terrenos que corresponden a Ate, La Molina, San Borja,  Surquillo, Surco, Chorrillos, y que se desplazaba desde la Carretera Central por el espacio que hoy ocupa la Avda. Separadora Industrial de Los Portales de Javier Prado, en Ate.

La estructura orográfica  materia de estas líneas, empieza frente a Vitarte, en un recoveco intermontano, al que se llama Longuera, que era un yacimiento arqueológico hasta que el Municipio autorizó que se extrajera material de construcción del área que, además contaba con testimonios de la Guerra del Pacífico, pues allí se instaló en aquella época (finales del s. XIX) un  campamento del Gral. A.A. Cáceres, casi en las puertas de Luma, sin que los chilenos se dieran cuenta ello. De este punto se podía cruzar por el antiguo puente de Huachipa y enrumbar por el borde la Hacienda Nievería hacia la quebrada de Cajamarquilla y llegar fácilmente a las alturas de Canta, ruta que aún hoy es usada ocasionalmente para el desplazamiento de gentes y ganado. El arreglo. Daniel Chumpitaz denunció el proceso de destrucción  de esta importante área, pero no se le hizo caso.

La forma montuosa del Cerro Mayorazgo o León, se desplaza cerrando al sur el espacio y conteniendo en un abra al conjunto denominado “Catalina Huanca”, que fuera excavado parcialmente por Richard Schadel y en los últimos tiempos por personal de la PUCP. El material recogido por el arqueólogo norteamericano se custodia en el Museo de Puruchuco, conformado especialmente por brillantes especímenes del estilo Maranga, del Período Intermedio Temprano, muchos de los cuales llegaron a nuestras manos en fragmentos, y fue tarea de buen tiempo restaurar esas preciosas piezas de cerámica. Es un área aparentemente protegida de las concesiones areneras que vienen recogiendo material de construcción, de los lados de una gran pirámide de los ss. IIII a Vi, aproximadamente.

Al oeste de Catalina Huanca se abre hacia el sur la quebrada de Huaquerones, en cuyo espacio central, cubierto de yapana y arena, hoy se encuentra una extensa población barrial. En ese espacio se encontraban numerosas tumbas y depósitos cuadrangulares de materiales. Allí, en diversos momentos, pudimos rescatar de la superficie telas pintadas al pincel y algunas piezas de cerámica que correspondían al Período Intermedio Tardío (ss. XIII-XV).

Huaquerones  se cerraba hacia el oeste con un largo pie de monte que se proyecta hacia el norte del conjunto orográfico, en cuya cara oriental se encuentran diseminados numerosos testimonios arqueológicos. El área más amplia estaba dividida en tres andenes, que rematan hacia lo alto en un macizo muro de tapial, asentado sobre cimentos de piedra, atravesado por un portal y acompañado al lado sur de una plataforma pétrea desde la cual se puede divisar en días no nublados, tanto el Cerro  Agustino como, ocasionalmente, hasta el mar al oeste. Desde el murallón a que hacemos referencia se siguen una serie de muretes que corresponden a cistas funerarias de diversa entidad y que rematan finalmente, al norte, cerca de la línea de la Carretera Centra, en predios de la Urbanización Los Portales de Javier Prado, en una atalaya que, sin duda, controlaba el paso de las gentes de las alturas al mar y del mar hacia la cordillera.

Al pasarse hacia el oeste la cuchilla rocosa, nos encontramos con el Palacio de Puruchuco y su anexo de Mayorazgo. Toda la base, como lo decimos arriba, estaba marcada por el discurrir de una antigua acequia y sembríos de vides, que el generoso Sr. A. Ïsola, dueño de la Hacienda, tuvo la gentileza de permitirnos erradicar, para que por allí discurriera la vía de acceso al Museo y al Palacio. El Museo, por cierto, obra nueva, fue planeado por el Arqto. Ricardo Pigati y ejecutado por el Ing.Abel Salinas Acosta, en una entrada del cerro, a modo de ensenada, separada por una corta cuchilla rocosa del conjunto prehispánico que interesa. El Museo recibió la atención tanto de Arturo Jiménez Borja como de Alex Ciurlizza Maurer, quienes proporcionaron las vitrinas y organizaron la primera exposición que se tuvo en este Museo de Sitio. Además, se le proveyó de un huerto con plantas nativas, una biblioteca a la que contribuimos a engrosar, servicios higiénicos, luz y agua, así como residencia de los trabajadores estables.

Siguiéndose hacia el oeste, el cerro retrocede hacia el sur, en espacio que se ha destinado al Estadio del Club Universitario de Deportes, ya en terrenos de la antigua Hacienda Mayorazgo. El aparato orográfico va retrocediendo hacia el sur, y a la altura de la antigua población de Ate (Late), encontramos el espacio que empleaban los frailes franciscanos para el deporte: Puruchuca de los Monjes, que presenta dos conjuntos arquitectónicos de tapial y adobe y una extensa área de ocupación del Período Intermedio Tardío. Pasado este sector nos encontramos ya en la Molina y el bloque pétreo se desliza claramente hacia el sur, dejando a un lado el viejo cementerio de La Molina y entrando en el corredor de Manchay que lleva hasta Cieneguilla.

Con Arturo Jiménez Borja nos preocupamos, ayudados por la Junta de Obras Públicas que presidía el Dr. de los Heros, en delimitar planimétricamente todo el espolón del pie de monte cargado de testimonios arqueológicos de variada entidad y se logró disponer su inscripción en los registros públicos. Tiempos después vendrían otros afanes, no de conservación sino de usufructo y transformación, planteándose entonces la desmonumentalización y la pérdida de condición de Patrimonio de la parte terminal del pie-de-monte, en las cercanías de la Carretera Central. Para el efecto se empleó a un tal Gmo. Cock, quien no es arqueólogo, pero por sus relaciones con personal del INC logró que se le contratara para limpiar el terreno de restos arqueológicos. Sabemos que las cosas que este personaje ha excavado, se encuentran en una casa de su propiedad, no se han entregado al Estado, sino parcialmente, y no sabemos cuál es el estado de conservación de esos bienes, aunque el personaje éste se ha conectado con  la National Geographic y se ha hecho bastante propaganda escrita y televisiva, habiéndose atrevido a declarar que el área pretendida por el alcalde de Ate está libre de contenido arqueológico, cosa que, por cierto no es verdad en modo alguno.

Puruchuco ha recibido atención de John H. Rowe, Hans Horkheimer, el Arqto. Wakeham, Villafuerte, Jiménez Borja, Iriarte, Eielson y varios científicos y autores más. Las descripciones y las ilustraciones abundan mostrando los diversos pasos del proceso de puesta en valor del monumento. Falta, sin duda, trabajar toda el área doméstica diríamos, que no ha sido excavada aún y parcialmente quedan varias cistas funerarias hacia el este del Palacio que solo se han tocado por sectores, quedando todavía por concluir los trabajos de estratigrafía en el grueso basural que se encuentra entre el área de servicios y la necrópolis. Personalmente he venido informando a la comunidad científica desde el 1959 y se ha posibilitado aquí el estudio de quipus, cerámica, tejidos, etc.

Sobre la estructura misma tanto Eilson como Wakeham han tratado el tema con notable detalle. Diremos por ello solo cortas notas. El conjunto no es otra cosa que una cancha, con una sola entrada, conformando un plano de forma rectangular, instalado sobre plataformas artificiales, creadas mediante el uso de cimientos y sobre cimientos –en algunos casos de piedras rústicas cara vista-, que soportan un relleno aplanado sobre el que se levantan los muros de las varias dependencias.

La antigua edificación presenta dos claras secciones: una, la más cercana a la puerta de acceso, de carácter público evidente, que juega en torno a un largo corredor que pudo haber sido el lugar de descargue de llamas cargadas de productos que venían tanto del mar como de las alturas. De allí se ingresa a un cuadrilátero abierto, patio que debió servir para comunicarse los habitantes del conjunto con los trabajadores de las chácaras del entorno, que tenían la ventaja de un riego asegurado a través del llamado Río Surco, que no es otra cosa que una gran acequia que marcaba un límite con las tierras situadas hacia el oeste de Puruchuco. Este patio trae dos claron niveles distintos: el piso del patio y hacia lo alto un espacio en U, donde creemos que se realizaban ceremonias de corte teatral, sacralizadas, históricas. El ámbito de este “teatrín”, como lo definiera el literato y dramaturgo inglés J. Presley, muestra una pequeña plataforma en ángulo, que cubre la base del muro de fondo del escenario. Hacía en patio mismo aparece un mogote rectangular que pareciera haber servido como receptáculo de algunos personajes que podían dirigir palabras y disponer órdenes al  gentío reunido en el patio, podría haber servido también en ocasiones especiales, para colocar allí a un conjunto musical que animaba la tradición del trabajo festivo, que aún se conserva en el mundo andino. Al fondo del escenario, a donde se llega sobre una larga rampa, plano inclinada que posibilita un movimiento pausado y solemne, encontramos un recinto rectangular, que estuvo tapado originalmente con un techo sostenido por vigas de caña Guayaquil y que se ilumina con una ventana de corte casi trapezoidal. Hacia el lado opuesto, detrás del muro telón de fondo, se encuentra un pequeño cuadrángulo techado, que puede haber sido el refugio temporal de un guardián, pues trae un lecho de adobe y un espacio que debió ser el depósito de la ropa de cama que usara tal servidor.

El área del escenario y del cuarto de guardianía, se comunican por un estrecho pasaje que enmarca la parte interna de la residencia, espacio hacia donde se puede arribar desde el teatrín mediante una corta rampa, que posibilitaba que algunos actores desaparecieran de la vista de los espectadores y retornaran, después de cambiarse el atuendo, como si fuera otro actor. Juego de roles y personificaciones que pudimos replicar al representar en varios momentos, la “Muerte del Inca”, obra de teatro popular que rememora los sucesos de Cajamarca. Cruzando la portada a la que llega la rampa ésta, se enrumba uno hacia la izquierda, encontrándose con una partición del espacio bastante clara. Hacia el lado derecho se encuentra el sector de carácter íntimo diríamos, que cuenta con un dormitorio familiar,  colcas, una gran sala con ventanas alargadas y colocadas en la parte alta.

Hacia la izquierda aparece un recinto cuadrangular bastante oscuro, pese a contar con una ventana en una de sus caras, que pareciera ser el lugar donde se hacía fermentar la chicha contenida en grandes chombas de cerámica. Hacia el ángulo interior encontramos un recinto que un biombo de adobe cierra el exceso de luz y detrás de él un repostero, que trae un techo elevado, separado casi un metro de la pared terminar del espacio, lugar donde se ubican además un batán y una mano de moler, así como una hornacina rectangular.

Saliéndose del repostero o desde el comedor, se encuentra un patio hundido que cumplió funciones de cuyero, como lo constatamos por los restos de cobayos que encontráramos allí.  Fuera del comedor, un curioso segmento constructivo muestra lo que pudo ser el alojamiento de un conjunto musical que no ingresaba al comedor pero hacía llegar sus sonidos a los comensales, estrado que se ubica frente a un juego de paredes que parecieran constituir un grueso biombo que impide el acceso directo de las gentes hacia el lugar donde se encontraban los alimentos como ya lo dijéramos.

Las dos áreas internas señaladas se separan por un largo corredor que no posibilita la visión a los lados. Corredor que originalmente fue hecho con tapial, pero que los incas modificaron y realzaron empleando grandes adobes y rellenando parte del espacio interno hasta constituir una plataforma elevada a la que se accede mediante una pequeña escalinata, arribándose a una estancia que muestra la clásica puerta de doble jamba, que caracteriza al Horizonte Tardío, mediante la cual se llega a la terraza que posibilita visualizar el campo anterior y el acceso al conjunto, detrás de un alto parapeto que impide que se vea a quien atisba.

Al concluir su recorrido, al este, el corredor divisorio, hacia la derecha muestra un conjunto de seis hornacinas de forma triangular donde se depositaba algún tipo de ofrendas y hacia el ángulo posterior del edificio, al pie de la alta pared de tapial que cierra el rectángulo de la estructura, aparece un nuevo escenario, al revés del que ocurre en el patio principal, ahora la gradería desciende hacia el fondo, enmarcado por dos salientes y un paño frontal que nuevamente nos trae el aspecto de una U.

Frente a las hornacinas triangulares señaladas se encuentran un pequeño cuarto, con un ventanal adicionado por el que se puede comunicar uno con el otro sector de la construcción y, al lado, un recinto rectangular con una plataforma en forma de L, espacio que sirvió de dormitorio a la familia que allí vivía. Saliendo de esta habitación nos encontramos con una pequeña puerta, que en su origen debió ser rectangular, pero que en la actualidad, con el paso de las gentes y desgaste ocasionado por las espaldas de los transeúntes, toma hoy la forma de un cuasi arco, abriéndose a la izquierda un tendal donde ubicáramos una piedra de moler y hacia el fondo de esta plataforma encontramos una colca, depósito de alimentos que ocasionalmente se tapaba con  vigas de caña Guayaquil, separándose el ambiente resultante en dos espacios, destinados sin duda a dos productos distintos, a cuya base se accedía con el uso de cuerdas y colocando los pies en hoyos abiertos en las paredes del lado sur del depósito.

Pasando la pequeña puerta encurvada, mediante cuatro pasos de una escalinata se desplaza el visitante hacia la derecha, encontrándose con un gran recinto rectangular, que trae en los muros lateral aberturas a modo de ventanas, alargadas y la parte alta de las paredes laterales, lo que permite el ingreso de luz y aire al interior de esta pieza que creemos pudo haber servido para reuniones de un cierto nivel administrativo y social.

El edificio muestra adicionalmente, fuera de la muralla de entorno, un espacio empedrado que fue empleado como corral y que muestra un pequeño tendal que se empleó como comedero de los camélidos que servían para el transporte de productos de un lado a otro del valle. Hacia el este encontramos un conjunto de cistas sepulcrales, algunas de las cuales hemos podido excavar, retirando fardos funerarios y ofrendas de cerámica sobre todo, que corresponden a los momentos del Período Intermedio Tardío y del Horizonte Tardío. Los fardos que se encuentran aquí, aparecen en bastante buen estado, pues el agua de la acequia no llegaba a la altura donde se ubican los entierros  y por haberse procedió a una interesante práctica funeraria, que permitía que el cadáver fuese limpiado de las partes blandas, probablemente por exposición controlada a la intemperie, y luego se le protegía con hojas de pacae y lúcuma, así como con algodón en borra. El resultado es que las telas conformantes del paquete funerario están en bastante buen estado de conservación, como puede comprobarse en los materiales exhibidos en el Museo de Sitio. Quedan sin excavar una docena de estos singulares entierros que, además nos proporcionaron la presencia de una vasija llena de quipus en estupendo estado de conservación, tanto en forma como en color.

Siguiendo hacia el este, y en un nivel ligeramente más alto se ubica una sección de basural arqueológico que parcialmente fue trabajado por Carlos Guzmán y luego se ubica la sección de los servicios anexos al Palacio, con habitaciones bastante rústicas destinadas a la servidumbre del edificio principal y mostrando una cierta cantidad de basura doméstica y ceniza en el entorno de las habitaciones que aún no han sido investigadas.

El levantamiento rocoso detrás y a los lados del Palacio muestran una notable cantidad de muretes de pirca que sirvieron para retener las galgas que debieron haber rodado en los frecuentes seísmos que se presentan en el área, y por donde colocamos una escalinata que posibilita subir a la cuchilla que separa el Palacio de su anexo en  Mayorazgo.

Cuando en 1953 llegamos el Dr. J.C. Muelle, Jiménez Borja y yo a la zona arqueológica que nos interesa ahora, quedaba en pie un 85% de la estructura original. La pared del frente, cerraba el lado norte del conjunto, pero para entonces se había desplomado como consecuencia de la acción de las aguas que circulaban por una acequia que bordeaba la elevación rocosa y se incorporaba al llamado “Río Surco”. Los otros tres elementos de cortina estaban en su sitio, algo erosionados, pero mostrando sus formas y alturas. Solo la pared posterior, de tapíal, mostraba daños producido por el desprendimiento de litos que originalmente habían estado ligados al cerro y que al desprenderse habían golpeado la pared del entorno que cierra hacía el Sur al conjunto.

Durante las labores de limpieza, que alcanzaron al piso original antiguo del edificio, se encontraron muy pocos testimonios arqueológicos que pudiesen dar mayores informaciones; nada o muy poco de cerámica, nada de tejidos, algunos huesos de camélidos, hasta un contrato de huaquería firmado ante notario en época virreinal, en documento que los intervinientes se comprometían a reparar lo que su acción podía ocasionar, asunto que, sin duda, no cumplieron aquellas gentes. El documento casi completo –le falta un cuarto de su extensión-, está incorporado en el diario de campo de los trabajos que realizáramos en el sitio.

Datos adicionales sobre el tema pueden encontrarse en la obra de Monseñor Pedro E. Villar Córdova (La Arqueología del Departamento de Lima); G. Stumer (Artículo editado en la Revista del Museo Nacional; mi artículo: sobre los huanchos, reeditado en el Boletín de Lima; F. Villafuerte, Eielson, Wakeham, J. Rowe (La Arqueologia como Carrera), mi tesis de Doctorado: “La Restauración de la Huaca del Arco Iris”; Herman Buse de la Guerra, etc., especialmente a partir de los años 60 del siglo pasado.


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Tacaynamo

Arqueologia, Antropologia y Cultura. By Francisco Iriarte Brenner (@firiarteb)