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Puruchuco, la restauración

Publicado: 2013-02-19

Las obras que se ejecutaron en el Palacio de Puruchuco corresponden a trabajos de limpieza, consolidación, restauración. La simple limpieza de escombros, basura doméstica dejada por ocupantes transitorios del área, especialmente pastores de cabras, que además contaban con llamas, caballos, asnos y mulos, ovejas, no alcanzaba mucha profundidad, salvo en el corredor central, que había sido casi desaparecido por el desmonte que cubría ese sector del edificio. El resto de la cancha presentaba rupturas circulares de los pisos, caída de los techos y algunos muros desplomados. Solo se mostraba un segmento del corral adjunto y la pared anterior del palacio había sido eliminada casi por completo por efectos de filtración de aguas, aunque se mantenía los cimientos y sobre cimientos correspondientes.

Algunos pocos segmentos de los muros de adobe y de tapial, se habían erosionado tanto por efectos del intemperismo puro, como por inadecuado uso de la estructura, como campamento de pastores, su cocina y corrales, también se encontraban visibles líneas de erosión derivada del punto hasta donde llegaba la acumulación de detritos, nivel de superficie de escombros que el aire soplando sobre esa masa, había carcomido las antiguas paredes de adobe y tapial. Los techos habían desaparecido, aunque dejando testimonios de sus vigas y de la torta que cubría ciertos espacios, material que se había desplomado al suelo.  Es decir, encontramos residuos de caña Guayaquil y aún las perforaciones donde se ajustaban estos sustentadores de la cubierta, mientras que la torta mostraba haber sido estructurada sobre la base de carrizo, esteras, torta de barro con guano.

Debimos derruir un muro lateral de la plaza de entrada a la cancha, que se encontraba cedido en forma tal que peligraba su estabilidad y al desplomarse podía, potencialmente causar daño a quienes se acercara a ese espacio. Detrás de esa pared se encuentra la plataforma de vigía de la residencia, a la que los incas agregaron partes construidas con adobes y rellenos de basura doméstica y escombros de épocas anteriores, los que se han conservado in-situ. Algunas de las ventanas habían sido desgastadas en sus ángulos superiores, pero manteniendo formas y dimensiones, por lo que el trabajo de restitución no significó invención alguna.

La teoría desarrollada para la restauración por los maestros mexicanos Alfonso Caso e Ignacio Bernal, señala que todo trabajo de consolidación, restauración o puesta en valor de un monumento arqueológico, debe ajustarse a los criterios de: autenticidad, diferenciación, belleza y solidez. Y a ello nos abocamos, siguiendo además las recomendaciones generales de la llamada “Carta de Venecia”, aunque ésta más se refiere a edificios de caracteres renacentistas, clásicos o modernos, de piedra o ladrillo y no tantos a los edificios de adobe o tapial, como es el caso en examen. Por cierto que se  examinaron las bases y las verticales de los diversos sectores, analizando el contenido de los rellenos, a fin de consolidar adecuadamente los relictos, empleándose para el efecto adobes nuevos, labrados de tierra de chacra, paralelepípedos, que permitían su adecuación a los espacios a tratar y que, una vez colocados se enlucían con la finalidad de diferenciar lo que habíamos trabajado de lo que quedaba de original que, reitero, alcanzaba a más del 85% de  la estructura. La secuencia de las obras está registrada adecuadamente en los cuadernos de diario y en los archivos del Museo de Sitio, donde puede observarse –y criticarse si así se desea-, esta obra de ”puesta en valor” de un antiguo edificio prehispánico.

De todos modos, nada resolvimos a criterios apresurados, todo fue consultado con diversos estudiosos, una y otra vez, y ello se puede comprobar sin equívocos, en los documentos gráficos y fotográficos, en los informes elevados al Patronato Nacional de Arqueología, y en los detalles relatados puntualmente en los cuadernos de diario que llevamos desde 1953 en adelante, algunos ilustrados además con láminas debidas a la pluma de Jorge Zegarra Galdos, Luis Ccosi Salas, Aquiles Ralli Cupani, “Apurímac” González, Evaristo Chumpitaz Cuya y otros artistas más que colaboraron con nosotros en variados momentos.

La idea matriz de nuestra intervención, fue siempre la necesidad de presentar respetuosa y reverentemente la obra de nuestros antepasados para mostrar a propios y extraños las calidades y valores técnicos y estéticos que ostentaron las gentes que ocuparon el territorio del antiguo Perú antes del arribo de las gentes del Viejo Mundo. Es decir, se trató de mostrar, a modo de una permanente escuela, un modelo de lo que habían logrado las gentes que otrora vivieron en los Andes Centrales, evitando que las obras de expansión  de la urbe limeña concluyera por hacer desaparecer esos testimonios del milenario desarrollo indígena.

Desde el punto de vista estrictamente arqueológico, debemos señalar que en la base de las estructuras que rodean el pie de monte del Cerro Mayorazgo o León, se han encontrado evidencias de una ocupación del Período Intermedio Temprano, es decir de 0 a 800 d.C. aproximadamente. Especialmente en el sector denominado Catalina Huanca. En Longuera, en Puruchuca de los Monjes, en el cementerio de La Molina y en la parte alta del Palacio de Puruchuco, ubicamos algunos pocos testimonios del Horizonte Medio, es decir elementos emparentados con la producción cerámica de Wari y de Pachacamac, que están corrientemente cubiertos por elementos mayoritariamente del Período Intermedio Tardío –es decir materiales de los que Monseñor Villar Córdova denominó Huanchos-, que se mezclan o subyacen con elementos de época Inca (Horizonte Tardío). Unos cuantos elementos más, evidentemente tardíos, señalan la presencia de testimonios del Período Transicional, con claros ejemplos –aunque pocos- de uso del torno y el vidriado en especímenes de cerámica.


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Tacaynamo

Arqueologia, Antropologia y Cultura. By Francisco Iriarte Brenner (@firiarteb)